A ver… para ello moveremos las nueronas y la imagen de la reciente inauguración de la discoteca Mithology viene con facilidad a mi mente. La noche aún era virginal, pocas bricheras marcabas con antelación a sus victimas, mientras yo disfrutaba de una conversación con la cuasi dueña de la sanguchería que pintorescamente se había instalado dentro de la discoteca. Esta limeñita de cabello corto y sedoso se movía con la agilidad de un cascabel mientras preparaba cualquier sándwich de pollo; llevaba dos noches escuchando aquella grave vocecilla agradable y dado que su relación estaba recientemente finalizada era el momento oportuno para el ataque.

La flaca afilaba su cuchillo mientras el pavo de 20 años inclinaba su cabeza de abajo hacía arriba en un intento desesperado por llamar su atención.
-Chochera, ¿Buscas a alguien? Pregunte, pues el percibir que serás picoteado o que van a cagar detrás de ti, es algo desesperante.
-No Loco, todo está cachete, soy pata de la costilla. Puta y la huevona quiere unas huevadas de Carsa. Listo 85% de su léxico podría ser inentendible.
La nena se acercó y con la ternura que la caracterizaba, le invitó un trago. Mi parte racional no comprendía como este tipejo no se daba cuenta que era el peor momento para cerrar un negocio. Interrumpía un momento cósmico y a su vez no recordaba que los socios (la nena y su exnovio) se encontraban separados.
Ella tomo mi mano, inclinó el rostro unos centímetros y con una leve mirada me pidió comprensión. Asentí y a petición de la gatita empecé una conversación. El buen chato habló toda la noche de las ventajas que tenía sacar artículos a crédito en aquella tienda comercial. Tenía ya más de cuatro horas y el seguía enseñando una y otra vez el catálogo a cuanto individuo pasaba por la discoteca, mientras que las bricheras intentabas por todos los medios enseñar su pezones a los gringos que ahora veían el catálogo con inusual interés.
El momento había sido arruinado por completo y la gatita tan sólo tenía tiempo para atender pedidos. Tome un cuchillo y quería contarle el cuello al remedo del ave insignia de las fiestas de fin de año; sin embargo una tomada de mano y otra mirada comprensiva de la gatita me insto a regresar al día siguiente.
Y así sucedió al día siguiente estaba nuevamente en la barra con ella tomando un mate de coca y luego de unos minutos el “Chato Carsa” repetía el ritual, al día sub-siguiente la misma situación y sin darnos cuenta ya teníamos una semana con la sucursal de Carsa instalada dentro de la discoteca.
Jamás logró vendernos un sólo artefacto y dudo mucho que hubiese logrado cerrar algún negocio en ese tiempo. Lo que si consiguió fue alegrarnos algunas noches con su particular modo de ver el mundo y la vida. Interrumpiendo con su pico impertinente más de una conversación y siempre, eso sí, alegrando con sus glugluteadas alguna reunión y sobretodo extendiendo su ala; así le sea dificultoso caminar cuando uno necesita ayuda.

El Mayki