miércoles, 24 de octubre de 2007

La Luna, las estrellas y el vagabundo


Desde chico siempre he detestado caminar, sin embargo pasear de noche bajo la noche bajo la protección lunar es algo diferente. Cuando es menguante, su leve luz permite ver los matices de los rostros así como esas sombras caprichosas que ilusionan. La traviesa esfera gira día tras día e ilumina con mayor intensidad el oscuro cielo de la ciudad e invita a dejarse capturar por su inmensidad, a envolverse con su magia, convertirse en bandido y capturarla suavemente para entregársela a ella, sólo ella.

Las pequeñas, empedradas y cómplices calles tienen casi completa la escena y cuando utilizo el casi es porque, más de una vez intente seguir el sendero sin ella pero nunca era suficiente. El silencio saturaba los sentidos, la necesidad de encontrar una sonrisa como feedback se diluía en el aire y tan sólo un cuadrúpedo de cola alegre se ofrecía a ser mi compañero en la apacible noche.

No fue hace mucho, que aquel lanudo y pulgoso canino se cruzo por mi camino; su mirada inocente contrastó con su imprevista aparición. Era cerca de las 3 de la mañana y la ausencia de taxi me deparaba una interminable caminata, sin embargo el chusquerman (sic) parecía necesitar alguien con quien conversar telepáticamente. Y así fue, mi casual acompañante me explicaba lo jodido que era pasar la helada en la calle, de los incontables padres nuestros que tenía que ladrar luego de ingerir un pedazo de carne que casualmente encontraba en su andar. De mi parte inicie la historia de siempre, con el lujo de detalles cansinos y con ese positivismo muchas veces entristecedor. Me sentía bien de alguna manera, teníamos mucho en común; el veía a su viejo muy de vez en cuando y sus hermanos estaban cerca pero lejos a la vez; de alguna manera la calle le había enseñado demasiado y disfrutaba igual que yo de aullar a la luna.

Por un momento me olvide del taxi y continuaba con mi relato, le pedí un consejo ligero y al bajar la mirada ya no estaba a mi lado volteé y lo encontré acicalando sus pulgas, con la lengua fuera y realizando un movimiento horizontal extremadamente placentero con su cola. Me conecté nuevamente con la realidad y comprendí el mensaje.

Trotó rapidamente a mí y se acomodo en sus patas posteriores con la misma mirada con la que iniciamos nuestro encuentro, sonreí unos segundos y telepáticamente agradecí su consejo: “La vida puede ser dura, pero a veces es tiempo de despulgarse y ser feliz”.

Al poco rato, concluimos que era mejor que el retornara a su barrio y yo me acercara al mío. Pasó un taxi y no levante la mano, el taxista sin embargo sobreparó; bajo su luna e insistió en llevarme: Choche, tu perro también puede subir… me dijo el conductor. Agradecí el noble gesto y con un movimiento de mi cabeza de mi parte y el de la cola de mi buen amigo lo dejamos partir.

Segundos después con la luna de espaldas pero iluminándome el sendero continué mi camino, el luego de cumplir con la misión encomendada seguía el suyo. Deje de mirar la luna y me di cuenta que en el cielo existían también estrellas, tan tintineantes y maravillosas; que tan sólo había que mirarlas bien para ver como es que se acercaban, que ellas también eran planetas y satélites con luz propia y que irradiaban vida.

La semana pasada fue una montaña rusa de sentimientos y a diferencia de ocasiones anteriores, creo que esta vez no bajare del coche; entregare mi segundo boleto y disfrutare del paseo; quizás cuando acabe la segunda vuelta algunas cosas se vean con mayor claridad.

No es que no desee ver la luna nuevamente, que no desee sentarme en algún mirador y reírme de la nada sin parar. Al contrario volvería a caminar por La Cultura (Versión miniatura de la Javier Prado) una y mil veces más, me perdería en el pedregado San Blas y hasta volvería pie de la Universidad. Pero creo que es tiempo de empezar de escribir una nueva historia, rescatando parte del pasado pero buscando un nuevo argumento.

Buenas noches… abrígate por favor.

El Mayki

Me olvidaba… gracias Firulais